Colirio Espiritual
  Capitulo 1
 

Capitulo 1

TÍTULOS Y JERARQUÍAS DE ROMA EN NUESTRO CULTO.

 

“Oh excelentísimo Teófilo”, Lucas 1:3

     Dice la historia, que Teófilo, a quien nuestro hermano Lucas dirige su Evangelio y el libro de los Hechos era un oficial romano y por lo tanto, el titulo “excelentísimo” era de rigor.

     Los césares del imperio romano eran muy amantes de nombres y títulos pomposos y se hacían reverenciar y adorar como dioses. La roma religiosa adoptó tal vicio y lo hizo parte de su liturgia. Así encontramos los títulos de “excelentísimo”, “Reverendo padre”, “Reverendísimo”, “Mon Señor”, “Santísimo padre”, “Su Santidad”, etc. Todo con el fin de impresionar a la gente y adornar a sus funcionarios de una aureola de distinción y respecto, elevándolos por encima de cualquier otro mortal. Y de hecho, los sacerdotes y demás representantes de la Iglesia Católica se hace reverenciar y adorar por sus fieles, igual que los antiguos emperadores romanos.

NO HAY JERARQUIAS EN LA IGLESIA DE CRISTO

     Pero en la Iglesia de Cristo no hay títulos, ni jerarquía superior, ni raza privilegiada, ni apellidos honrosos, ni rango alguno, sino que todos somos hermanos y tenemos los mismos privilegios delante de Dios. El titulo más grande que existe dado por Dios es “Hijo de Dios” porque con él nos hace herederos de su gloria. En la iglesia de Cristo no hay tampoco capitanes ni generales; “hermano” es el único rango entre nosotros y, en cuanto al mérito por servicio, “Siervo Inútil” es el único diploma que deberíamos conceder a los más destacados obreros, según dice el Señor en Luc. 17:30.

EL MAS GRANDE TÍTULO: “ESCLAVO DE CRISTO.

     La palabra más denigrante en cualquier idioma es “esclavo” porque significa la negación del derecho más precioso dado por Dios al hombre: el privilegio de decidir, de ser libre. Y el requisito principal de un buen esclavo era la sumisión total a la voluntad de su amo. No podía tener opiniones propias. Debía hacer exactamente como se le ordenara si quería conservar la vida. Sin embargo, ¿no fue esta la actitud del Señor Jesús respecto a su Padre y en su servicio a los hombres? En efecto, el titulo que Dios aplico a su hijo y el trabajo que le encomendó fue el de un esclavo, el de un siervo sin voluntad propia.

“he aquí mi siervo (esclavo), yo lo sostendré, mi escogido en quien mi alma tiene contentamiento” (is. 42:1)

“Porque ¿Cuál es mayor, el que se sienta a la mesa o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve” (Luc. 22:27).

     El apóstol Pablo hace constante referencia a su condición de “esclavo de Jesucristo” y enseña que también nosotros, los que hemos sido libertados del pecado, hemos venido a ser “esclavos de la justicia” (Rom. 6:18)

     Ahora Jesús es nuestro Señor y Amo, nosotros sus sirvientes. A pesar de eso, él nos dice: “No os llamaré esclavos sino amigos. Porque el esclavo no sabe lo que hace su señor. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mano” Jn. 15:14-15. Aunque el Señor no nos llame esclavos, nosotros no podemos aspirar a otro título que ése.

“MINISTRE” SIGNIFICA ESCLAVO

     La palabra para designar a un esclavo en idioma latín es ministre   -de donde viene la palabra ministeriun, que es el servicio, trabajo o labor de un esclavo. Pero los primeros traductores de la Biblia del griego al latín y de éste al español fueron los obispos católicos los cuales consideraron inconveniente que los siervos del imperio religioso romano fueran conocidos como “esclavos” y no tradujeron dicha palabra por su significado correcto, sino que la incorporación al español sin traducir. Y de esta manera la palabra ministre pasó a significar “una altísima dignidad religiosa”

     Los traductores reformistas del siglo XVI, tan acostumbrados al lenguaje de Roma, no corrigieron el error. De tal manera que los cristianos evangélicos también creemos  que un esclavo o siervo de Jesucristo es un ministro y le asignamos la misma idea que le da Roma.

     En el mundo de los hombres toda distinción es honrosa, pero en la Iglesia de Cristo, los títulos honoríficos  son una afrenta al Señor porque exaltan el ego corrupto del hombre, su carnalidad y porque son contrarios a la cruz del sacrificio que se nos ordenó llevar con humildad. ¿Quién que ostente titulo proclamando su dignidad, va a estar dispuesto a sufrir penalidades por Cristo? Lo más natural es que el titulo se le vaya subiendo a la cabeza y desee ser tratado según su altísima dignidad.

     LOS TITULOS OTORGAN AUTORIDAD OFICIAL

     Es cierto que los títulos que las denominaciones cristianas otorgan a sus obreros más destacados y a los que ocupan cargos oficiales como: Doctor, Reverendo, Licenciado, Pastor, Obispo, Apóstol, Superintendente, Presidente, Presbítero; etc, etc, no revisten la autoridad de los títulos del romanismo. Es cierto que no todos los hermanos que reciben dichos títulos los toman en serio; pero es un hecho que conllevan cierto prestigio y otorgan autoridad oficial, especialmente a los ojos de los creyentes recién salidos del catolicismo quienes se sentirán inclinados, por la fuerza de la costumbre, a rendirle honor y tratar con reverencia y adulación a quien posee uno de dichos títulos.

LA VESTIMENTA DE UN ESCLAVO

     Siguiendo con la idea romanista de que un esclavo de Cristo es una altísima dignidad religiosa, muchas denominaciones cristianas han hecho obligatorio que el obrero cristiano se vista de gala de acuerdo a su vocación de ministro. No se trata de que el siervo del Señor no deba vestirse elegantemente, sino de una costumbre religiosa que va implícito en su cargo de ministro y tiene que lucir como un Ministro.

     Para Roma resulta inconcebible que un ministro ministre sin el atuendo reglamentario. Igualmente, muchas denominaciones cristianas consideran un sacrilegio si un predicador se subiera al altar sin las sagradas vestimentas: el saco y la corbata. Es bueno y honroso que el cristiano ande limpio y decorosamente vestido; pero si reglamentamos la vestimenta por razón de los cargos caemos en odiosas clasificaciones de los hermanos y nos hacemos imitadores de la jerarquía de Roma.

     “Y no llaméis Padre vuestro a nadie aquí en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos: Ni seáis llamados Maestros, porque uno es vuestro Maestro, el Cristo. El que es mayor entre vosotros sea vuestro siervo. Porque el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”. Mateo 23:9

     Si no tenemos permiso para llamar “Padre” ni “Maestro” a nadie, ¿Quién nos ha autorizado para otorgar otros títulos? Despojémonos de estas odiosas distinciones y dejémonos de querer ocultar nuestra ineficacia con títulos y nombramientos. Dejémosle tales títulos a Roma y no participemos de su pecado.


 
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